marxismo-leninismo

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Marxismo-leninismo

domingo, 8 de mayo de 2011

Heinz Dieterich y su peculiar "socialismo" anti-marxista

A buen seguro el sociólogo alemán preferiría ser etiquetado de “neomarxista” (concepto, por cierto, muy en boga en estos momentos gracias a su querida China) o similares. Y es que somos testigos de otro nuevo envite del revisionismo contra el “viejo” marxismo, nada nuevo, la morralla de siempre. La moda del innovar la revolución vuelve a estar en primero línea.

Y es que otra cosa no, pero si algo sabe Dieterich es renovarse, reinventar. Nosotros como comunistas no deberíamos de tener nada en contra de ello, el problema aparece cuando ese reinventar supone la ruptura con todo el sistema de conocimientos precedente y además se trata de disfrazar ese crimen con el vestido de la dialéctica.

Habrá quien sostenga, como también lo hace el analista alemán, que de lo que se trata es de “adaptar” el marxismo a los tiempos que corren. Ante nuestra negativa, faltaría menos, seremos tachados de dogmáticos para arriba.


Por un lado, que quede claro, los comunistas, los marxistas-leninistas, no tenemos ni hemos tenido jamás ningún tipo de reparo en adaptar el marxismo-leninismo a una situación concreta, tanto geográfica como histórica. Esta evidencia es históricamente verificable. El marxismo-leninismo solo es tomado en consideración como tal cuando se halla indisolublemente conectado con la realidad social, su correlación de fuerzas y a la práctica social. Ignorar este hecho supone relegarlo al mundo de las ideas inamovibles, al universo de lo metafísico. Y allí si que estaríamos siendo dogmáticos.

El problema viene, y es aquí cuando enseñaremos los dientes sin dudarlo, cuando estas pretendidas “adaptaciones” suponen desvirtuar o destruir los principios del marxismo y de la experiencia revolucionaria mundial, cuando estos “ajustes” niegan la esencia de lo que precisamente dicen actualizar.

Por otro lado, no entendemos que transformaciones han tenido lugar en el seno del monopolismo, del imperialismo, etapa superior y decadente del régimen burgués, para que sea necesaria una renovación con tantas prisas y más aun de la manera en la que nos dicen los revisionistas de la talla de Dieterich.

Y es que esta estirpe de pseudo-revolucionarios (ojalá Dieterich fuese el único) no es capaz de explicar científicamente (ni lo será), de forma marxista, que contradicciones nuevas, por ejemplo, han entrado en la escena del imperialismo mundial para que se haga necesario impulsar un desarrollo ulterior de la ciencia marxista (cosa que ya hizo Lenin con el imperialismo). Porque, que nosotros sepamos, todavía continuamos en la fase imperialista que en su fase más incipiente ya nos describió Lenin, ¿No?

Ahora bien, esto no implica, por supuesto, que las nociones de la etapa imperialista o las tácticas de lucha en contra de este no hayan evolucionado desde 1916, todo lo contrario. Pero afirmar la superación de esta fase sin argumento alguno, resulta a todas luces insólito, más viniendo de alguien “marxista” y más todavía cuando la “renovación necesaria” se asemeja más a una demolición del marxismo para pasar a construir, a partir de unos cimientos nada parecidos, una clase o clases de socialismo, cuanto menos curiosos, por llamarlos de alguna manera.

La sola idea de revisar los principios marxistas como lo ha hecho Heinz (lo que de por si ya es revisionista) y de “actualizarlo”, como él afirma haberlo hecho presuponen una concepción completamente metafísica de la ciencia marxista. Supone contemplar al marxismo como una especie de carromato viejo y cubierto de polvo, una doctrina aislada de su origen, de la raíz más intima de su existencia: la práctica revolucionaria, a través de la cual se ha acumulado en su seno toda experiencia obrera histórica. Nosotros como comunistas, recogemos en herencia toda esa experiencia revolucionaria, todas esas obras, examinamos sus éxitos y errores y continuamos luchando, fortaleciendo a través de la praxis todo nuestro aparato teórico, aprendiendo de nuestro pasado y construyendo a partir de este nuestro futuro.

La propia doctrina marxista exige ser “renovada” día a día, incorporando en su seno toda la experiencia de lucha diaria y todo su consecuente análisis. Resulta pues, absurdo trazar una especie de línea en el tiempo y decir “Venga, a partir de aquí empieza el “nuevo marxismo”. Eso es completamente descabellado. Cada una de las revoluciones ha servido para surtir de conocimientos al conjunto de la clase trabajadora, ha servido para engordar a la propia ciencia marxista para, enriquecer su arsenal teórico y como consecuencia directa de esto, también el práctico. Para, a partir de esos nuevos postulados, diversificar las estrategias del proletario antes y después de su toma del poder político.

Los nuevos “revolucionarios” y sus ocurrencias

Por contra a lo anterior, el “socialismo del siglo XXI” viene a suponer una clara ruptura con el marxismo y no un consecuente “desarrollo” o “renovación” como afirma Dieterich, un revolucionario de curiosa trayectoria, que se dedica a vender su particular idea (más bien un conjunto de chapuceras y orientativas propuestas) de socialismo por universidades de países capitalistas y se forra a vender sus “obras” a través de editoriales igualmente capitalistas.

Es así como nos son presentados los “renovados” revolucionarios del nuevo Siglo, personajes que no militan clandestinamente, que no son detenidos ni torturados por la policía, no son buscados ni están fichados, no son apaleados en las manifestaciones, no son guerrilleros ni toman parte en ninguna de las guerras populares del mundo, muchos de ellos ni militan siquiera, pero que a pesar de ello nos exigen a los revolucionarios confiar en su palabra, escudarnos detrás de sus figuras y sus confusas tesis.

Esa actitud, la de ensalzar y esconderse detrás de cualquier imagen es más propia de la vacilante pequeña burguesía, a lo sumo, de una clase trabajadora desideologizada, huérfana de ideas. Nosotros en cambio tenemos padres. Nuestros padres son todas las revoluciones habidas y por haber, las enseñanzas y lecciones de los clásicos habidos y de los que habrá, todo ello sintetizado bajo la forma del marxismo-leninismo y con un único objetivo, la dictadura del proletariado y la posterior consecución de una sociedad sin clases.

“Heinz and company” parecen ser, pues, nuestros nuevos revolucionarios o al menos los más mediáticos, los más vistos/escuchados/leídos. Ahora bien, ¿Qué opinión debemos de mostrar hacia aquellos “revolucionarios” de alcance, en un mundo de predominante carácter burgués? ¿Qué hemos de pensar acerca de unos individuos a los que el sistema (burgués) ofrece continua cobertura? Figurines de la talla del descrito alemán o presuntos “anarquistas” como el norteamericano Noam Chomsky y una larga compañía cumplen con ese perfil. Los intentos de Dieterich por reformar el marxismo y “adaptarlo” a los tiempos que corren vienen a resultar tan ridículos como las absurdas cavilaciones de alguien que pretende hacer algo así como reinventar la rueda.

Que nadie nos malinterprete. Reflexionar acerca de como reinventar la rueda puede resultar interesante para una tarde aburrida en la que todos nos sentemos después de comer con unos cafés y unas pastas a charlar animadamente. Desgraciadamente, y enfrentándonos en una lucha sin cuartel con una burguesía envalentonada y a la ofensiva, hacer eso se nos antoja una absoluta pérdida de tiempo, una inutilidad, vaya. Así que preferimos dejar esos momentos de ensoñación y pajas mentales a charlatanes intelectualoides, a “sociólogos”, a “analistas políticos”. Nosotros mientras tanto estaremos en el frente de lucha político, económico e ideológico como “comunistas”.

Socialismo del Siglo XXI: nada nuevo bajo el sol

Pero pesar de que el señor Dieterich se crea el más original de su barrio, lo cierto es que resulta de incuestionable evidencia que no ha sido el primero (ni será probablemente el último) en portar esa idea de “renovar” el marxismo.

Personajes como Bernstein, por ejemplo, insistían en la necesidad de reconfigurar el marxismo porque este, a su juicio, resultaba ya anticuado y obsoleto, poco después estallaría la Revolución de Octubre. O como Kautsky, que en su etapa política final se posicionó en contra de la dictadura del proletariado y de lado del imperialismo bajo la creencia, entre otras, de que era posible pasar al socialismo a través de la democracia burguesa, al igual que nuestro amigo Heinz. Luego todo lo nuevo que parece ser el socialismo de Dieterich parece tenerlo de viejo su pensamiento reformista, repetitivo y cansino.

A ojos de la historia, no se muestra más que como lo que realmente es, un personajillo que ha aprovechado el reflujo del ideario socialista para colar sus absurdas ideas, muchas de ellas por cierto, recicladas de los antiguos socialistas utópicos pre-marxistas rebatidos en su día por Marx. Dieterich, al igual que todos ellos, ignora el componente clasista o deja al proletariado en una posición secundaria, le arrebata su papel protagonista fundamental. Los Owen o los Saint-Simon al igual que él también soñaban con emancipar, no al proletariado, sino a toda la sociedad, con el ánimo de lograr una comunidad más equitativa. Ellos, al igual que Dieterich, eran incapaces de distinguir el papel central del proletariado, de diferenciarlo y de hacer un análisis clasista certero. Su desprecio al proletariado se explicaba por su no-pertenencia a esta clase, sino a la burguesa. Estas posturas acientíficas ya fueron rebatidas en su día por Marx y otras tantas del ya mencionado kautskismo, fuertemente combatido y desautorizado también en su tiempo por Lenin.

El dichoso socialismo

Constituye un insulto a la inteligencia de cualquier marxista-leninista mínimamente consciente afirmar que el “socialismo” del Siglo XXI de Heinz representa una especie de marxismo de nuevo tipo, es algo así como asemejar el tocino con la velocidad. Las múltiples diferencias entre ambos pensamientos parecen no tener límite, porque todavía no se sabe muy bien ni cuales son los propios límites socialismo del siglo XXI. Insólito pero cierto.

¿Qué exactamente ese dichoso socialismo del Siglo XXI? Exactamente, no se sabe. El propio Dieterich ha afirmado la necesidad de un mayor y profundo debate para terminar por completar su idea (en realidad puede ser la suya y la de cualquiera) del socialismo del siglo presente, porque el socialismo del siglo 21 “no viene predeterminado” (¿Qué anti-dogmático es todo verdad?). En resumen, parece que el socialismo del siglo XXI es lo que cada cual quiere que sea. Es un socialismo por lo tanto subjetivo y no objetivo, y no es objetivo porque para serlo, ese socialismo debería de basarse en una realidad objetiva, que aparte de no ser el caso, entonces se llamaría marxismo.

Esto da como resultado el eclecticismo y la confusión más vomitiva, justo lo que le hace falta a la clase obrera en estos momentos. Convierte a este supuesto socialismo en un recipiente a llenar con cualquier cosa. Eso es lo único que precisa un “socialismo” para ser de nueva serie, bueno, eso y obtener la aprobación de el propio Dieterich, una marca de calidad incuestionable, algo así como el EuskoLabel.

Hay elementos aislados, eso si, que conocemos. Por ejemplo, sabemos que el Socialismo del Siglo XXI admite la propiedad privada de los medios de producción. Bastante ilustrativo.

Al mismo tiempo, Heinz reconoce que no existe una sola manera de alcanzar el socialismo de nuevo tipo, que existen diferentes vías. Esto no es extraño, pues un socialismo sin principios y sin una estructura sólida tampoco puede tener un programa de aplicación mínimamente serio. Pero a grandes rasgos, lo que Heinz insinúa es que es necesaria una alianza entre el liberalismo y el socialismo (en realidad estatalismo) para conducirnos a una sociedad plenamente democrática, no en un sentido de clase sino en un sentido completamente transversal.

Eso a los comunistas se nos hace curioso, porque, hasta donde nos habían contado, el socialismo no era otra cosa que una etapa transitoria a una sociedad igualitaria, sin clases y por lo tanto sin la necesidad de ningún Estado, el comunismo.

Resulta que, para declararse heredero de lo que algunos llaman “viejo socialismo”, el socialismo del Siglo XXI pasa completamente de ese principio marxista vital, fundado en la más consecuente dialéctica histórica y proclama al propio socialismo como un fin. La mención a la futura extinción del Estado se desvanece. Pero todavía hay más. Resulta que como en su día dijo Chavez, el propio socialismo del siglo XXI requiere una fase previa, llamada “Democracia Revolucionaria”. Hay que reconocer que el nombrecito suena bastante más transigente y “buenrollista” que una “dictadura del proletariado”, lo malo es que esa transigencia supone ir de la mano con la burguesía hasta el anhelado e idílico socialismo (fuera coñas), cosa, y perdón por la expresión, bien jodida. O quizás no, quizás ahora esto sea el mundo al revés y nosotros seamos los utópicos.

Lo que está claro es que nos encontramos ante un socialismo que ha barrido de un plumazo los conceptos de “comunismo” y ha arrasado con la tesis marxista de la lucha de clases. Y que por otra parte tolera la propiedad privada de los medios de producción (con lo que ello conlleva: la explotación del hombre por el hombre, el codeo con la clase capitalista…), es más, la considera elemental para alcanzar el socialismo, obreros y burgueses juntitos de la mano dando saltos. Vamos, una joya.

Siendo así, no extraña que organizaciones tan revolucionarias y transformadoras como IU/PCE en España y otras muchas organizaciones análogas de otros países se hayan proclamado con orgullo firmes seguidores y admiradores del Socialismo del Siglo XXI. Utilizando a este como “comodín” en un claro intento por radicalizar falsamente sus fines.

El socialismo del siglo XXI en el mundo (o lo que nos dicen que es)

El Socialismo del Siglo XXI viene siendo empleado, desde hace algunos años, por los representantes de las medias y pequeñas burguesías latinoamericanas, que en mitad de una lucha encarnizada por el control de su propio mercado, ocupado hasta la fecha por los tentáculos del omnímodo capital yankee, proclaman el socialismo del siglo XXI como la panacea social. No se fija como medio, sino como horizonte, como una especie de punto abstracto e infinito allá a lo lejos, hacia lo que hay que ir avanzando. Esto en la práctica se traduce a un anti-imperialismo bastante manifiesto y a una exaltación de lo nacional en contraposición al dominio norteamericano de los recursos y mercado latinos, el palabro “socialismo” y sus promesas sirven, por otra parte, para atraer a todo el conjunto de las capas populares hacia los intereses de las burguesías nacionales. Como revolucionarios debemos de ser capaces de canalizar ese anti-yanquismo, de ser flexibles, adaptarnos, (pero adaptarnos de verdad, sin destruir nuestros principios como proponen el revisionismo y reformismo mundiales) de emplearlo en nuestro provecho, estableciendo, cuando sea preciso, las alianzas y el diálogo necesarios. Todo esto sin olvidar que como comunistas nos encontramos en la prioridad de fijar nuestro punto de mira en los elementos proletarios y las pacas más populares dentro de este tipo de movimientos sociales, tenemos que lograr que sea la clase obrera la que tome el mando de todo este tipo de procesos.

Con esto no se está negando la conveniencia de trazar oportunamente con la mal llamada “Revolución Bolivariana” diversas alianzas estratégicas, pero lo que interesa dejar claro aquí es que en absoluto hemos de pensar que por la vía del socialismo del siglo XXI se va a alcanzar nada parecido al socialismo real.

El propio Dieterich admitió hará poco en uno de sus artículos, que en estos 10 años de “revolución” bolivariana la economía venezolana, lejos de abrirse hacia lo público, se había privatizado todavía más, lo que sin duda, tal y como afirmaba DIeterich, representaba un fracaso del proyecto socialista en Venezuela. Además, Dieterich se atrevía a jugar a las pitonisas (marxistamente, eso si), despreciando cualquier análisis objetivo de la situación, declarando taxativamente que Chavez (y suponemos que por ende el resto de países como Bolivia, Ecuador…) no han construido (menuda novedad) ni construirán el socialismo (más bien su socialismo nuevecito).

Conviene destacar también el llamativo ramalazo pesimista con el que escribe Dieterich los últimos dos años cada vez que habla de todo lo relacionado con el proceso de América Latina. Últimamente, y siguiendo de cerca sus trabajos, parece obsesionado con la inevitable derrota de los países bolivarianos. Habla con miedo (quizás solo busque transmitirlo), inseguro, critica las gestiones de Chavez, lo va considerando, poco a poco, como un incapaz. Y todo esto al tiempo que se aproxima a China.

Y es que ahora, según Dieterich, a diferencia de la Revolución Bolivariana, estancada y sin muchas perspectivas de futuro, sumida en una vorágine contradictoria que parece no tener fin, la revolución china, dice, todavía está a tiempo de no fracasar. Festival del humor. Llamar revolución al capitalismo semi-estatal que rige China en estos momentos dice ya suficiente sobre la integridad y fundamento del alemán ya no como revolucionario, sino como persona de izquierdas que dice que es.

Así pues, nos vemos tele transportados a un mundo en donde el socialismo cubano huele a podrido y el socialismo “real” es enterrado a pisotones, zanjado y escupido (de la RPDC ya ni hablamos, por supuesto). De otro lado está China, donde parece haber un socialismo de puta madre y por la que todos los proletarios del mundo deberán de rezar, ya que Venezuela, como bien ha señalado el santo gurú Dieterich está casi perdida.

Verdaderamente bochornoso. Pero tranquilos, los comunistas seguiremos a lo nuestro

fuente:
http://www.kaosenlared.net/noticia/heinz-dieterich-peculiar-socialismo-anti-marxista

viernes, 29 de abril de 2011

La dictadura del proletariado y el socialismo

Es muy posible que cualquier trabajador haya oído hablar muchas veces del socialismo. Nos dicen a diario, por ejemplo, que unos países en el mundo que eran socialistas. Rusia y China, por ejemplo; o Cuba, aquí cerca de nosotros, en América Latina. A su vez el gobierno ruso, cubano y chino reprime a centenares de trabajadores, toman medidas económicas de restauración del capitalismo que perjudican a la población afirmando que lo hacen “para defender el socialísmo”, es tan sólo un ejemplo de las muchas cosas que ocurren allí.

¿Qué es lo que pasa? ¿Eran o no socialistas todos esos países? Lo que ellos han hecho es el socialismo? Es indudable que todas estas preguntas son muy importantes y que debemos buscarles respuesta, por difíciles que estas sean. Esto es lo que vamos a intentar, aunque sea brevemente, en este capitulo.

El Estado burgués y el Estado obrero

En varios de nuestros textos de formación política (Clases Sociales, El Estado) vemos que una de las mentiras predilectas de la burguesía es hacernos creer que el Estado es un organismo de “toda la nación”, que se coloca por encima de las diferencias que puedan existir en un país (incluídas las diferencias antagónicas de clase) y que desde una posición “neutral”, trata de conciliar las diferencias que existen entre los distintos grupos o sectores, en busca del “bien común”.

En otras palabras siempre nos quisieron hacer creer que el presidente, los ministros, los parlamentarios, alcaldes, los jueces, el ejército, etc., estaban para defendemos a todos por igual, cuando la verdad es que ese aparato y todas y cada una de las instituciones que lo conforman, es un aparato de clase, al servicio de una clase que tiene el poder y quiere defender por medio de él todos sus privilegios.

En nuestro país al igual que en Estados Unidos, Inglaterra, Venezuela y la mayoría de los países del mundo ese Estado es de la burguesía, de los patronos que lo utilizan para mantener la explotación de los trabajadores. Aunque tengan las formas más variadas, tienen un común denominador mantienen y defienden la propiedad privada capitalista, que les permite explotar a la clase obrera. Por eso los llamamos estados burgueses o estados capitalistas, que es lo mismo. Es decir, países donde la burguesía ejerce, por medio del Estado, su dictadura sobre toda la sociedad, independiente, repetimos, de las diferentes formas que se vea obligada a darle a esa dictadura. Por ejemplo, a veces la burguesía domina por medio de la democracia burguesa o de sangrientas dictaduras, pero en todos los casos su dominación es una dictadura de clase, que en general se manifiesta como democracia para las clases dominantes (la burguesía) y dominación para las clases explotadas (el proletariado).

Ha habido, en cambio, otros países donde el Estado de la burguesía fue destruido, la propia burguesía fué expropiada y la propiedad privada abolida. La base fundamental para la existencia del capitalismo, es decir, la existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción, fue destruirla por la acción revolucionaria de la clase obrera, que, como hemos visto, es la única clase realmente interesada en llevar la lucha de clases hasta sus últimas consecuencias, hasta la destrucción del orden capitalista y su Estado.

Esos son los países que se han llamado “socialistas”. Son países como Rusia, China, Cuba, Polonia y la mayoría de los Estados de Europa Oriental, Vietnam, etc. Y aunque, como veremos más adelante, el término de paises socialistas no es exacto, sin embargo, utilizaremos otro término, mucho más preciso. Así como a aquellos países donde existe la propiedad privada sobre los medios de producción lo llamamos Estados burgueses, dándole la denominación de la clase que defiende esa propiedad privada, aquellos donde la misma fue abolida los llamamos los Estados obreros, dándoles la denominación de la clase que, por medio de su revolución, permitió la destrucción del estado burgués y expropió a los patronos.

No vamos a discutir todavía si los gobiernos stalinistas, los países llamados socialistas realmente representaban los intereses de la clase obrera. Simplemente vamos a definir a un país por su característica central, por su estructura económica y por la clase que dominaba al Estado: o bien Estados capitalistas donde hay propiedad privada sobre los medios de producción, o bien Estados obreros donde ésta fue abolida y la burguesía expropiada.

La dictadura del proletariado

En los países donde la estructura económica está basada en la propiedad privada sobre los medios de producción, hay una superestructura política, un Estado, un ejecutivo, un ejército, etc., de clase, por medio del cual se ejerce la dominación que permite que continúe existiendo esa propiedad privada.

Esa “superestructura” política es el Estado burgués, por medio del cual se ejerce la dictadura de la burguesía. Unas veces con formas democráticas, otras con dictaduras militares, otras directamente con el fascismo, pero siempre dictadura de la burguesía.

En los estados obreros el fenómeno es similar. Llamamos dictadura del proletariado a la “superestructura” estatal de aquellos países donde la estructura económica está basada en la no existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción, o sea, en la economía colectivizada.

En otras palabras, la superestructura de los Estados obreros, son “dictaduras del proletariados”, colosales conquistas de la clase obrera, que con su revolución, ha expropiado a los burgueses y organizado la sociedad de tal manera que desaparezcan los miembros de la clase social que explota a los trabajadores.

Estamos seguros, sin embargo, que a estas alturas ha surgido una pregunta clave: ¿es cierto que en los Estados obreros que hay en el mundo existe una verdadera dictadura del proletariado, que represente a toda la clase y defienda consecuentemente, hasta el fin, sus interesase. ¿Estába realmente la clase obrera ejerciendo el poder? Veamos.

Las dos dictaduras proletarias: la burocrática reformista y la revolucionaria

En los Estados obreros se presentaron hasta hoy dos tipos de dictadura proletaria. Una, la que comandaron Lenin y Trotsky a la cabeza del Partido Bolchevique durante los primeros años de la Revolución Rusa. Otra la que comandó Stalín a partir de 1923-24, cuyos lineamientos centrales se han repetido en todas las dictaduras proletarias que se instauraron posteriormente.

Para Lenin y Trotsky, el triunfo de la clase obrera en Rusia, es decir, la instauración de la dictadura del proletariado en este país, es tan solo un episodio en la lucha permanente de la clase obrera contra su enemigo mortal: el imperialismo, o sea, el capitalismo en su etapa final de descomposición y podredumbre. Un episodio colosal, pero un episodio al fin.

Lenin fue quien hizo ese colosal análisis que lo llevó a concluir que la cadena imperialista se podía romper por su eslabón más débil por un país atrasado como Rusia y no necesariamente por los países más adelantados de la tierra en aquel entonces, como podrían ser Inglaterra o Alemania. Pero eso no lo llevó a creer nunca, en ningún momento, que la tarea del Partido Bolchevique se debía circunscribir al impulso y adelanto de la revolución en Rusia, sino, por el contrario, al impulso constante de la revolución a escala internacional contra un enemigo que no está encerrado o circunscrito a las fronteras de ningún país: el imperialismo. Por eso fueron Lenin y Trotsky quienes fundaron la III Internacional y concentraron lo mejor de sus esfuerzos en dotar a la clase obrera del mundo de una dirección consecuentemente revolucionaria que dirigiera su lucha internacional por la destrucción del orden capitalista en el mundo.

Esto no quería decir, en ningún momento, que restaran importancia a las tareas que demandaba en Rusia el hecho de que la clase obrera estuviera en el poder: expropiar a la burguesía planificar centralizadamente la economía y desarrollar las bases de un régimen de transición basado en la no existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción.

El socialismo se podría construir plenamente cuando la clase obrera hubiese triunfado a nivel internacional. Por eso siempre apostaron sus mejores cartas al triunfo de la revolución proletaria en Europa Occidental, desde donde definitivamente se desencadenaría a nivel de todo el planeta.

De la democracia obrera al gobierno de la burocracia stalinista

A nivel interno la dictadura del proletariado que dirigieron Lenin y Trotsky, se basaba en unos principios que se correspondían plenamente con su consecuente posición de clase a nivel internacional. Eran los trabajadores, por intermedio de sus propias organizaciones (en Rusia los soviets), quienes tenían en sus manos las riendas de la sociedad y administraban las fábricas el comercio exterior la justicia etc. Y, a la vez que se ejercía una implacable dictadura sobre los explotadores, los trabajadores gozaban de la más amplia democracia. Los funcionarios del gobierno y del partido ocupaban temporalmente sus cargos y podían ser removidos libremente por sus compañeros.

La dictadura del proletariado que dirigieron Lenin y Trotsky es hasta el momento la única dictadura revolucionaria del proletariado que ha existido. Ese gobierno expresaba a los sectores más explotados de la clase obrera, pero especialmente al proletariado industrial, sin lugar a dudas un sector muy dinámico y revolucionario, el que mejor representa los intereses de nuestra clase.

En síntesis, la dictadura revolucionaria del proletariado la podríamos definir como aquella en la cual, bajo la dirección de un partido marxista revolucionario, la clase obrera ejerce directamente el poder a través de sus propias organizaciones, mediante el método de la movilización permanente, el ejercicio de la democracia obrera y el impulso sistemático a la revolución mundial, teniendo como principal objetivo la destrucción del imperialismo en todo el planeta.

La dictadura que comandó Stalin sólo tenía un punto en común con la de Lenin y Trotsky: también se basaba en una economía centralmente planificada edificada sobre la expropiación de la burguesía. Pero en el resto parecían el agua y el aceite. Cuando la revolución europea fracasó (en los 5 años siguientes al triunfo bolchevique de 1917 fue derrotada la revolución alemana, la italiana, la húngara, etc.), cuando la guerra civil había exterminado físicamente los mejores cuadros obreros que habían dirigido la revolución de Octubre y los soviets se hallaban extenuados, el atraso y la pobreza de Rusia se manifestaron en toda su trágica dimensión: la burocracia, esto es, un sector de la sociedad proveniente de las capas más privilegiadas de la clase obrera rusa, de sus capas aristocráticas y del campesinado fue tomando poco a poco las riendas del poder y utilizándolas en su propio beneficio, para obtener prebendas y privilegios. La democracia obrera fue siendo cercenada hasta desaparecer, y los más elementales principios que habían sido producto de la gesta de Octubre, fueron relegados, desmontados al servicio de la política contrarevolucionaria del stalinismo.

En el terreno internacional, en donde más claramente se manifiesta el carácter revolucionario o contrarrevolucionario de una política que hable en nombre de la clase obrera.

La lucha implacable de Lenin y Trotsky por extender la revolución hasta hacerla mundial y llevarla a derrotar al imperialismo, fue reemplazada por una nueva “teoria”: según los burócratas, Rusia sola podía construir el socialismo; el socialismo podía hacerse “en un solo país”, coexistiendo éste a nivel internacional, con el imperialismo, su enemigo mortal.

La revolución mundial, dejó de ser impulsada y empezó a ser traicionada; se pactó con el imperialismo y en nombre de la defensa de la “patria socialísta” se puso a la clase obrera del mundo al servicio de la casta burocrática que vivía de las conquistas de la revolución de Octubre y parásita de ellas y se llevo a varias revoluciones a la derrota, (China 1927, España 1936, Francia 1936, etc.)

A esta forma de dictadura proletaria la llamamos dictadura burocrática del proletariado.

“Socialismo en un solo país” o revolución permanente hasta destruir al imperialismo

El socialismo es una forma de organización social de transición. De transición entre el podrido capitalismo imperialista y el comunismo, es decir, aquella organización superior de la sociedad donde la opresión y la explotación hayan desaparecido, donde los productores agrupados libremente entre sí den a la sociedad de acuerdo a sus capacidades y reciban de ella de acuerdo con sus necesidades, donde las clases hayan desaparecido y, por consiguiente, también lo haya hecho el estado.

El socialismo, basado en la expropiación de la burguesía, que es solo un primer paso, debe prefigurar el comunismo y empezar paulatinamente a hacer desaparecer las clases sociales y el Estado, incluido, obviamente, el estado obrero. Pero ello sólo podrá ocurrir cuando haya desaparecido de la faz de la tierra hasta el último Estado burgués, es decir, hasta que el pulpo imperialista haya sido cercenado hasta el último de sus tentáculos y haya recibido el golpe de gracia en la cabeza.

El derrocamiento revolucionario de los regímenes stalinistas en la URSS y Europa Oriental así como la crisis en China, Cuba, Vietnam etc., demostró que la “Teoría” del “socialismo en un solo país” era solo una utopía reaccionaria de la burocracia de los partidos comunistas gobernantes en esos países conocidos como el “campo socialista” y también demostró que el marxismo revolucionario, el trotskysmo, tiene razón al afirmar que el socialismo será mundial o no será. Los triunfos que se hayan obtenido en cada país serán episodios muy valiosas de esta obra que escribe con su revolución la clase obrera. Pero nunca podrán ser un fin en sí mismos.

Socialismo o barbarie

Ya Marx y Engels, en los primeros párrafos de su gran obra, El Manifiesto Comunista habian planteado la cruda alternativa a la cual se ve enfrentada hoy la humanidad: “la historia de todas las sociedades en nuestros días es la historia de la lucha de clases, hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna”.

Hoy, estas frases plantean una alternativa de hierro: o la podrida sociedad imperialista es transformada mundialmente por obra de la lucha revolucionaria de la clase obrera contra la burguesía, en una sociedad socialista que siente las bases de la futura sociedad sin clases, la sociedad comunista, o las clase hoy en pugna,la burguesía y el proletariado, se hundirán en nuevas formas de barbarie, contando el caso de que sobrevivan y no sean destruidas antes por un holocausto nuclear.

O como excelentemente lo sintetiza Trotsky en el Programa de Transición: “Los requisitos previos objetivos para la revolución proletaria no sólo han ‘madurado’, empiezan a pudrirse un poco. Sin una revolución socialista, y además en el periodo histórico inmediato, toda la civilización humana está amenazada por una catástrofe. Todo depende ahora del proletariado es decir principalmente de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”.